¿Puede un bebé salvar una pareja?

Cuando las cosas no funcionan bien en una pareja, es erróneo pensar que la llegada de un puede salvar una relación.

Muchas parejas que atraviesan una crisis o que han llegado a pensar en separarse, caen en la tentación de creer que con la llegada de un hijo los problemas desaparecerán. A veces se fantasea con que ese bebé traerá aires nuevos y de renovación, y que el gran amor que sienten por él hará resurgir el que en algún momento unió a esa pareja.

Posiblemente, muy en el fondo, saben que un hijo no es un mago que, con su presencia, puede restaurar lo que se ha dañado. Pero frente al dolor de una eventual ruptura y la pérdida de la ilusión, no siempre se toman las decisiones más acertadas. Cada persona hace frente al dolor realmente como puede y con los recursos internos con los que cuenta en ese momento.

De todas formas, en estos casos, lo importante es saber que más allá de que un bebé no soluciona los problemas de pareja (sino que -por el contrario- los pondrá más en evidencia) esos niños llegan a la vida de sus padres rodeados de deseo, de sentimientos genuinos y de ilusión.  

Un bebé no viene a solucionar los problemas de la pareja, sino que por el contrario, los pondrá más en evidencia.

Rompiendo mitos

Hay muchos mitos en torno a la llegada de un bebé, como si fuera un remiendo para una pareja que atraviesa un mal momento.

MITO 1: “Un bebé siempre trae paz y armonía, y convertirá a la pareja en una familia feliz”.

Esto es parte de una idealización. En principio, no hay familias perfectas ni que viven en constante armonía. Un hijo es una gran fuente de felicidad. Pero hay que tener en cuenta que llega a una pareja que deberá modificar su equilibrio de dos, para pasar a ser tres. Deberán transitar por un período de adaptación, con roces, fricciones y reacomodamientos. Este proceso de adaptación requiere de mucha energía, que no suele abundar en parejas en crisis. Si los miembros de la pareja están mal, será más difícil mostrarse amoroso o poder comprender y apoyar al otro y, entre ambos, sostener emocionalmente a ese hijo.

Por esto es falso pensar en un bebé como “la solución”, porque los hijos nos enfrentan a tomar decisiones, a considerar diferentes posturas, y en esos momentos la crisis entra en escena y se hace más evidente. Lamentablemente se confunden las cosas, y no se diferencia y discrimina claramente que la cuestión no es ponerse de acuerdo en las decisiones que atañen los chicos, sino que el problema es que hay un tema no resuelto entre los adultos.

MITO 2: “Cuando tengamos el foco puesto en el bebé, ya no discutiremos y nos llevaremos bien”.

Un bebé recién nacido acapara gran parte de nuestra atención, y sus cuidados cotidianos toman muchas horas al día. Por esto puede ocurrir que momentáneamente la pareja deje de lado sus conflictos para poner toda su energía en ese bebé. Sin embargo, esto no es eterno, y es como querer esconder tierra debajo de la alfombra: cuando los conflictos no se resuelven, surgen en el momento menos pensado, bajo malas contestaciones, desinterés, malas caras. Tengamos en cuenta que luego del parto -al igual que sucede durante la gestación- las mujeres atraviesan un período en donde las emociones se movilizan.

Además las horas dedicadas al bebé producen fatiga y agotamiento que pueden traducirse en poca paciencia y mal humor así, o en sentimientos de tristeza. Estas emociones necesitan la presencia de una pareja que pueda contener afectivamente, brindar cariño y comprensión. ¿Pero es esto posible en medio de una crisis de pareja? ¿O -por el contrario- esa crisis se profundizará y acelerará un proceso de separación? Puede que los sentimientos de culpa posterguen la decisión, pero lo cierto es que es poco probable que se cuente con la disposición emocional como para sostener a la pareja cuando se está en crisis. Y lo que complica más las cosas es que, desbordados por la angustia, disminuye la capacidad de conectarse emocionalmente con el bebé.

Lo interesante en esa circunstancia sería entonces asumir la crisis, contar con ayuda terapéutica que acompañe ese momento, e ir construyendo en todo caso espacios donde puedan funcionar como padres si es que ya no lo pueden hacer como pareja.

MITO 3: “La crianza de un hijo nos va a unir más”.

Las parejas se arman con dos personas que provienen de familias distintas, con procesos de crianza diferentes. El gran desafío es poder construir un modelo propio en el que ambos se sientan a gusto. Y es frente a la crianza de los hijos cuando más en juego se ponen estas cuestiones. “¿Cómo lo vamos a criar?, ¿como lo hicieron mis padres o como lo hicieron los tuyos?”. La respuesta -claramente- es lo que los flamantes padres acuerden. No vamos a ser ingenuos y pensar que se van a dejar de lado las propias historias, claro que no. Y nada tendría de malo si el modelo a seguir es bueno, pero un hijo es la posibilidad de escribir una nueva historia.

Negociar, ponerse de acuerdo, pelear, tratar de imponer el propio modelo, todas estas son parte de la construcción del nuevo modelo familiar, en donde interactúa lo conocido con lo del otro. Acordar qué valores se van a transmitir, a qué cosas decir que sí y a cuáles no, qué es lo importante, qué cuestiones son negociables y qué otras no.

Todo este proceso necesita de mucho amor, por lo que es falso creer que la crianza de un hijo unirá a una pareja que ya no funciona. Lo que sí es cierto es que un hijo requiere de la madurez necesaria como para funcionar como padres, independientemente de si la pareja continúe o no.

MITO 4: “La llegada de un hijo los va a unir para siempre”

Esto es absolutamente verdadero. Un hijo une para siempre a dos seres humanos en su función de sostén y acompañamiento en la vida. No hay que perder de vista que una vez que la familia se consolidó, hay lazos que se vuelven indisolubles. Uno puede separarse de una pareja, pero en ningún caso de un hijo. Esto obliga a los adultos que ya no forman una pareja a seguir funcionando en equipo, respetando pautas y acuerdos, en lo que a los hijos se refiere. Y esto va mucho más allá de la cuota de alimentos o del régimen de visitas: también el tipo de educación y los límites que se consideran importantes para el niño.

Asesoró: Dra. Mariana Czapski, Psicóloga y Especialista en Psicología Clínica
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