¿Te llamaron del Jardín porque tu hijo mordió a un compañerito? ¿O, por el contrario, fue tu hijo a quien mordieron? Cualquiera de las dos situaciones es angustiante, ya sea porque tu pequeño salió lastimado y tenés miedo de que vuelva a ocurrir, o porque no entendés la reacción de tu hijo. En esta nota conocerás por qué durante los 3 primeros años de vida es frecuente que los chicos muerdan.
Sí. Se trata de una reacción bastante frecuente de los niños durante los primeros años de vida. Si bien las maestras jardineras lo saben mejor que nadie, eso no quita que se apenen cuando sucede. Es que la consecuencia de esta “forma de expresión” suele incluir dolor, en ocasiones “marcas” (que tardan varios días en borrarse) y el temor lógico de la víctima de que se vuelva a repetir, lo que hace que en muchos casos no quieran volver al jardín en los días siguientes. Esto en cuanto a los pequeños. Pero recordemos que cuando hay niños también hay padres. Es por eso muy importante que los adultos conozcan por qué esta conducta puede ocurrir en un período temprano de la vida y así encontrar la mejor forma de reaccionar ante ella.
La pregunta que los padres se hacen es por qué lo hacen. Durante la infancia, cuando los niños no dominan aún el lenguaje oral como forma de expresión, nos dan a conocer sus necesidades, sus enojos y sus frustraciones a través de comportamientos corporales. El llanto, la sonrisa, ofrecernos una mirada o negarla, el acercamiento corporal o el alejamiento, las patadas, los besos, escupir, revolear objetos, golpearse la cabeza, tirar y/o tirarse de los cabellos o morder, son algunas de las diferentes formas de expresar emociones y estados anímicos. Y lo hacen sin que medie ninguna postergación.
A esta edad, los chicos todavía no son capaces de entender lo que les pasa, ni de encontrar modos adaptativos para expresarse, ni de enojarse adecuadamente, ni de reclamar lo que consideran injusto; todas estas son habilidades que aún están muy lejos de poder ser ejercidas. Esa clase de aprendizajes solo suceden en el seno de una familia presente y que establece límites claros y amorosos. Únicamente de esta forma un pequeño construye estas importantes herramientas de socialización. Pero para llegar a esa instancia, forzosamente se tienen que atravesar estas turbulentas etapas de inmadurez.
Y aunque pueda parecer sencillo identificar el estado de ánimo asociándolo con una determinada conducta (por ejemplo, un enojo con una patada) no siempre es tan simple. En el caso que nos ocupa, los chicos pueden morder porque están enojados, pero también porque están muy emocionados.
Durante los primeros años de vida la boca ocupa un lugar de predominio en la vida de los chicos. Llamamos “etapa oral” a la que transcurre desde el momento del nacimiento hasta aproximadamente los 2 años de vida. Recibe este nombre porque en este período la actividad del bebé está centrada casi exclusivamente en su boca.
Es la zona de mayor sensibilidad del bebé. Satisface necesidades biológicas, así como también importantes necesidades psicológicas. A través de ella no solo se alimenta, sino que adquiere también sus primeras experiencias de contacto y reconocimiento del mundo exterior.
Alrededor de los 6 meses, cuando comienzan a salir los primeros dientitos, su boca -fuente de todo placer- se verá invadida de molestias y de encías que se inflaman. Y nuestro pequeño «chupador» se convertirá en un pequeño «mordedor», es decir que para aliviarse necesitará morder. Y al hacerlo también descubrirá en esta nueva conducta otra manera de expresarse.
Detengámonos un segundo y pensemos en algunas frases que a veces utilizan los adultos, tales como “te comería todo”, “te mordería todo”. En ellas hay una clara referencia a esta etapa de oralidad en la cual los afectos (positivos o negativos) se expresaban a través de la boca.
Cualquier forma de lenguaje es una forma de contacto entre dos personas, siendo un hecho social, un medio de comunicación. Pero fundamentalmente el lenguaje es una forma de ligazón afectiva: la palabra lo ayudará a calmarse, lo acompañará para no sentirse solito, lo arrullará mientras se duerme.
La palabra es también una forma importante de contención y de afecto que envuelve al niño y le va proporcionando elementos para tolerar las esperas, para soportar las frustraciones, ya que le permite poder nombrar aquello que siente. Por eso es tan importante que nos acostumbremos a hablarles a los chicos desde el mismo momento en que están en la panza.
El dominio del lenguaje oral trae tranquilidad a los niños, los apacigua porque les brinda muchas más formas de expresarse y poner en juego las distintas tonalidades afectivas que van experimentando. Es decir, a medida que el niño alcance un mayor dominio del lenguaje oral, la palabra como forma de expresión cobrará predominio sobre las conductas corporales.
Como adultos, es muy importante poder comprender las distintas etapas que atraviesan los niños y, fundamentalmente, entender los motivos de esta conducta.
El que muerde no es un niño malo, es simplemente un niño que, por su inmadurez, aún no domina el control de sus emociones.
¿Qué hacer? Cuando un niño muerde o se muerde, la actitud de los adultos debe ser demostrarles que esa no es la forma; con voz firme decirle que no se muerde y explicarle que eso duele. Es importante también que les enseñemos a pedir perdón.
Estas situaciones, aunque no son deseables, deben ser aprovechadas como oportunidades para estimular el desarrollo de la empatía, es decir de la capacidad de comprender lo que siente el otro.
Asesoró: Dra. Mariana Czapski, Psicóloga y Especialista en Psicología Clínica
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