Es un temor frecuente en la infancia que preocupa y mucho a los papás, ya que pueden llegar a retener días y días. Cómo actuar.
Excepto que el niño se siente correctamente: inclinado hacia delante, con las rodillas juntas y los pies apoyados en el suelo, la pelela no es el lugar más apropiado para que vaya de cuerpo.
Cuando el bebé abandona los pañales, la pregunta de rigor es si ponerlo en la pelela o directamente en el inodoro. Lo cierto es que ambos presentan beneficios y desventajas que conviene considerar.
Por lo general, los chicos se sientan extendiendo las rodillas y los pies, de modo que la colita queda como metida en un embudo. Y en esta posición, no es posible ejercer la presión adecuada para comprimir la pancita y relajar el esfínter.
Naturalmente, el inodoro tal como se encuentra en el baño de casa no es el lugar más apto para que el niño haga caca. Imaginemos al pequeño sentado allí, con sus piernitas colgando, y haciendo equilibrio sobre un gran orificio, que además arrastra agua en forma de remolino. Sin duda, la criatura no se sentirá segura ni cómoda, y mucho menos relajada.
Sin embargo, existen adaptadores para achicar el diámetro del orificio del inodoro, donde el chiquito puede apoyar la cola y sentirse seguro. Asimismo, puede colocarse una plataforma para apoyar los pies, dado que las piernitas colgando no permiten efectuar una adecuada presión abdominal.
Otra posibilidad son los inodoros en miniatura, especiales para niños, que tienen el diámetro y la altura ideales.
Dejar los pañales y aprender a hacer caca en el inodoro es un proceso que lleva tiempo. Durante esa etapa es bastante frecuente que los chicos atraviesen momentos de miedo que, incluso, puedan intensificarse: reacciones de llanto o gritos, se niegan a sentarse, aguantan y retienen durante días, y parece que no hay manera de convencerlos de hacer caca, al menos que no sea su pañal o su ropa interior. Frente a estas reacciones es lógico que los padres se angustien no sólo por verlos sufrir, sino también por el temor a que pueda verse afectada su salud.
Aprender a dejar el pañal implica conquistar la liberación voluntaria y el control de la función intestinal y vesical (capacidad para controlar el hacer pis y caca) también llamada control de esfínteres.
En general este control se logra entre los 2 y los 4 años de edad, y hay tres factores que lo hacen posible:
Para que un chico pueda dejar los pañales, es imprescindible que se cumplan conjuntamente los tres factores: si bien la maduración del sistema nervioso hace que esté en condiciones de adquirir hábitos, un niño jamás podrá lograr el control de esfínteres si sus padres no participan en el proceso. Sin embargo hay que tener en cuenta que así como cada niño tiene sus tiempos a la hora de caminar, también los tiene a la hora de dejar los pañales: es necesario que los padres respeten y acompañen el aprendizaje sin apuros y sin ansiedades. Además, deben saber que en el proceso de dejar los pañales habrá momentos de avances y de retrocesos, totalmente esperables y normales, así como también momentos en los cuales pueden surgir miedos.
Una buena ayuda en estos momentos es la ropa interior de aprendizaje, especial para acompañar a los pequeños en estos logros, ya que el mismo chico puede subirlos y bajarlos solito. Muchas veces los papás se entusiasman al ver que los chicos empiezan a controlar, y rápidamente dejan de ponerles pañales y los reemplazan por ropa interior. Si bien esto puede ser un gran incentivo para los chicos, hay muchas situaciones que suelen presentarse en el camino hasta que el aprendizaje se consolide.
En el caso puntual del miedo a hacer caca, los chicos suelen negarse a hacer caca o a hacerla sentados -sea en el inodoro o en la pelela- con lo cual terminan haciéndose encima o manchando su ropa interior. Esta situación frustra principalmente a los padres, que suelen transmitir su ansiedad al pequeño. La consigna es respetar los tiempos de cada chiquito, pero teniendo una postura activa, es decir implementando algunos recursos que pueden ser de gran ayuda.
Antes que nada, lo más importante es saber si tu hijo ya está realmente listo para controlar voluntariamente el hacer caca. Hay algunas pautas que te pueden dar la pauta de que está preparado para controlar esfínteres.
Controlar esfínteres implica -entre otras- cosas tomar conciencia de cómo funciona el propio cuerpo. A nivel psíquico es muy significativo porque fortalece la discriminación entre lo interno y lo externo, es decir, entre lo que está dentro y fuera del cuerpo. Esta experiencia también le permite darse cuenta de sus propias sensaciones corporales, las que le servirán de aviso para poder darse cuenta cuándo tiene ganas de hacer caca. Mecanismos como la retención y la expulsión -que hasta el momento pasaban desapercibidos- comienzan a poder controlarse. Y así como se percata de estas cosas, también percibe que su caca es algo que está dentro de su propio cuerpo, con lo cual hacer caca es desprenderse de algo propio, algo que tendría que entregar voluntariamente, pero que luego se pierde. Y no siempre es tan fácil deshacerse de algo propio sin resistirse y sin tener sentimientos ambivalentes. “¿A dónde va esa parte de mi cuerpo?”.
De alguna manera, negarse a hacer caca le da al niño una vivencia omnipotente de control de su propio cuerpo. Algo similar ocurre cuando los chicos rechacan la comida que se les ofrece, o el famoso “el nene no me come”. Claro que en esos casos no aparece la emoción “miedo”.
Pero hay otras dos situaciones que también pueden motivar que los chicos no quieran hacer caca:
El juego es nuestro gran aliado en la infancia, tanto para la incorporación de aprendizajes como en la resolución de dificultades, angustias y miedos. Es decir que será al que debemos recurrir si surgen estos miedos a hacer caca.
Por lo general son etapas que se superan con paciencia, ayuda de los padres y una importante dosis de creatividad y juego.
En algunos adultos hay varios miedos relacionados con el baño, pero hay uno en especial que se suele ocultar: el no poder ir a baño fuera de la casa propia. Ante la idea de tener que ir a un baño ajeno, hasta se evita salir o se fuerza al cuerpo a soportar horas de retención. A la vez de que se incrementan las molestias físicas, aparecen pensamientos del tipo: “Me da vergüenza ir a un baño que no es el mío”, “Me da asco mancharme y no poder limpiarme bien”, “Tengo miedo de que los demás me vean”.Es frecuente que esto ocurra en los baños públicos, en la casa de amigos o parientes, cuando hay invitados en la casa propia, o cuando alguien está esperando que salgamos del baño. Lo cierto es que nadie debería sentirse avergonzado de este problema, es común y puede ser superado. Este miedo es un tipo de fobia que casi siempre está relacionado con la vergüenza social y que rara vez ocurre en situaciones donde otras personas no están presentes.
La incapacidad de orinar y defecar en presencia de otras personas o en lugares públicos se llama paruresis (síndrome de vejiga tímida) y parcopresis (síndrome del intestino tímido), respectivamente. Los primeros indicios pueden aparecer en la infancia, cuando los niños no utilizan los baños de los colegios. Cuando los síntomas continúan en la vida adulta corresponde a un trastorno de ansiedad de connotaciones sociales también llamada fobia social: las personas se sienten criticadas y juzgadas por los demás. Esto puede ser por la frecuencia de ir al baño, ruidos u olores relacionados, lo que genera un elevado nivel de ansiedad.
La fobia al baño está relacionada con los ataques de pánico por síntomas físicos y el pensamiento de “¿Cómo puedo escapar de esto si necesito un baño?”. En este contexto, el miedo y la vergüenza pueden ser perjudiciales para su salud y sus medios de subsistencia, ya que en muchos casos la persona se abstiene de comer o tomar líquidos para no tener que usar el baño cuando está lejos de su casa, incluso deben dejar de trabajar.
Asesoró: Dra. Mariana Czapski, Psicóloga y Especialista en Psicología Clínica
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